miércoles, 5 de diciembre de 2007

Experimento: La cartulina




El experimento de la cartulina llama nuestra atención sobre la
diferencia existente entre la apariencia y la realidad: nuestra
realidad divina.
Recorta un hueco con la forma de una cara (un óvalo) en una cartulina
de aproximadamente 45 x 30 cms y pega un pequeño espejo en el ángulo
inferior derecho.
Colocatelo frente a ti y observa el lugar dónde está tu cara, es
decir, ahí afuera en el espejo y no aquí arriba sobre tus hombros. Ve
acercando el espejo hacia ti y comprueba como va cambiando tu
apariencia. El espejo nos dice cuál es nuestra apariencia a diferentes
distancias, pero no puede decirnos lo que somos donde no existe
distancia alguna. Observa también cómo la imagen del espejo sólo hace
referencia a sí misma y bloquea la visión de todo lo demás. En tanto
que esa persona, ocupamos un espacio concreto. Somos sencillamente una
persona y nadie más.
Ahora presta atención al hueco que hay en la hoja. No hay ninguna cara
allí, sino tan sólo un espacio claro y vacío. Debido precisamente a
que el hueco está vacío, también está lleno, lleno de la escena que
hay detrás. Si fuésemos simplemente una cosa, un ser humano, entonces,
no podríamos ser nada más. Pero si somos "nada", podemos contener al
mundo. Veamos, pues lo que realmente somos.
Ahora, acerca lentamente la hoja hacia ti, observando el
espacio y lo que contiene.
Date cuenta de que, en la medida en que el espacio va aumentando
gradualmente, contiene cada vez más zonas de la habitación.
Si sigues acercando la cartulina hacia ti, el agujero central sigue
creciendo e incluyendo cada vez más espacio del cuarto. El borde del
agujero empieza a difuminarse.
Cuando sitúas la hoja exactamente frente a tu cara, el agujero
desaparece completamente y todo lo que queda es el espacio que,
ahora, carece de límites.
Aquí en el centro, eres el espacio ilimitado que contiene la escena.
El pequeño espacio exterior en el que estabas mirando se transforma
en el espacio infinito desde el que estás mirando. Ahora eres
consciente y estás lleno del mundo.
Para las otras personas, tu cara ocupa el agujero que hay en la
cartulina pero, desde tu propia perspectiva, estás lleno de la
habitación. Desde el punto de vista de los demás, te has puesto
encima una cartulina pero, para ti mismo, te has investido con el
mundo. Para los otros, eres una persona pero, para ti mismo, eres el
mundo.
Somos muy hábiles a la hora de prestar atención a los objetos
externos y, en especial, a lo que está al alcance de nuestro brazo.
Ésa es la zona dónde sostenemos cuchillos, tenedores y tazas,
manejamos volantes y teléfonos y donde cocinamos, mecanografiamos,
lavamos y tocamos a los demás. Sin embargo, para poder funcionar
adecuadamente en el mundo -y no digamos para destacar en él- no sólo
necesitamos prestar atención desde esa distancia sino también desde
otras. Y el nombre de ese juego es atención. Sin embargo, toda
nuestra capacidad de atención se muestra inútil cuando se trata de
vernos a nosotros mismos justamente aquí donde estamos. Tal vez
creamos que, en ese caso, la atención carece de valor para la
supervivencia y, en consecuencia, siempre que lo intentamos ¡nos
vence el sueño! ¡Dejamos que sean los demás los que nos digan
quiénes somos! En el experimento de la cartulina comenzamos
prestando atención a la distancia que nos resulta más familiar, es
decir, la distancia del brazo. Luego, cobramos conciencia de la
cartulina, del agujero y de lo que aparece en dicho agujero.
Después, al tiempo que acercamos la hoja hacia nosotros, seguimos
manteniendo nuestra atención. En otras palabras, utilizamos la
cartulina para llevar de vuelta la atención hasta el lugar desde el
que estamos mirando y, a lo largo de todo el recorrido, aplicamos la
misma atención diligente que prestamos a los objetos externos, hasta
llegar a lo que somos en el centro. Este proceso nos permite
mantenernos despiertos cuanto más cerca estamos de nosotros mismos y
negarnos a que sean las demás personas quienes nos digan lo que hay
aquí donde estamos nosotros -y no están ellas-,recurriendo tan sólo
a nuestra propia autoridad y experiencia.

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