jueves, 15 de agosto de 2013

El experimento del espejo

Unas cuantas veces he explicado como fue mi despertar gracias al experimento del espejo ideado por Douglas Harding y que viene en el libro de Jan Kersschot, Nadie en Casa. Lo he explicado con multitud de detalles, incluí algunos comentarios nuevos y todavía no sé si lo habéis comprendido y hecho por vuestra parte para así lleguéis también al despertar que no es otra cosa que darse cuenta de que lo que realmente somos es consciencia, una consciencia universal, una en todo y todos, ilimitada y atemporal, como el momento presente. Siempre digo que la consciencia, la presencia consciente que somos también es una con el ahora, o sea, que no son temas diferentes aunque lo parezcan.

Esta vez voy a volver a explicar la experiencia de mi despertar a la consciencia que somos con el dibujo que tenéis arriba y que fue el que me ayudó para tal cometido. Cuando vi los experimentos en el libro me pareció que este del espejo sería el idóneo para ver mi verdadera naturaleza –como así fue- así que me metí en el cuarto de baño con el libro en la mano y el dibujo en cuestión con la intención de no salir hasta “verlo” con mis propios ojos. Algo así como cuando el Buda se sentó al pie del árbol Bodhi para no levantarse hasta haber alcanzado la liberación.

Ya con el libro en la mano y frente al espejo del cuarto de baño comencé a mirar el primer dibujo, el que está más a la izquierda donde está escrito: a: visión en tercera persona (visión desde fuera). ¿Qué significa tal dibujo y tal comentario? Muy sencillo. Que esa es la forma en que te ve alguien aparte de ti y del espejo, como una tercera persona viéndote como te miras a ti mismo en el espejo del cuarto de baño.

Eso me quedó claro. Pasé al siguiente dibujo, b: visión en segunda persona (reflejo en el espejo). La forma de verme reflejado allá fuera, de ver mi rostro, mi cara ahí, -a un metro más o menos-, en el espejo. También era evidente su significado porque allí, en el espejo del baño veía no sólo mi cara sino también parte de mi cuerpo junto con el libro que tenía en mis manos.

Ahora entraba de lleno en el meollo de la cuestión con el tercer dibujo, el que se encontraba a la derecha de todos, c: visión en Primera Persona (Rostro original). Aquí estaba el último peldaño para descubrir mi verdadera naturaleza y tenía que ver con ese dibujo que ahora podéis ver conmigo: un círculo hecho con líneas discontinuas como las que podemos ver en carretera y por ello nos permiten adelantar a otro vehículo.

Bueno, a ver, recapitulemos, a: visión en tercera persona (visión desde fuera), o sea, como si me viera otra persona desde unos metros aparte, b: visión en segunda persona (reflejo en el espejo), como me veo allá afuera, en el reflejo del espejo del baño. Hasta aquí todo correcto, c: visión en Primera Persona (Rostro original), ¿y? ¿Qué es lo que tengo que ver? ¿Un círculo con líneas discontinuas? Eso lo veo en el dibujo del libro pero no en el espejo. ¿Qué es lo que tengo que ver? ¿Un fondo blanco? Si lo que veo es parte de mi cuerpo en el espejo. Y así una y otra vez vuelta a empezar desde el primer dibujo, desde la visión en tercera persona. Y no quería darme por vencido, tan fácilmente.

Después de intentarlo unas cuantas veces más, me enfoqué en el tercer dibujo, la visión en Primera Persona porque los otros dos ya los tenía claros y la solución estaba en ese tercer dibujo y, a base de intentarlo e intentarlo caí en la cuenta de que no es que tenga que ver algo sino que es desde donde estoy viendo, desde donde estoy mirando: la consciencia clara, vacía y desnuda de todo por lo que todo puede aparecer. El circulo con líneas discontinuas es la consciencia ilimitada que todos somos –y siempre hemos sido- y en ese momento lo vi claro, vi que esto siempre había sido así, siempre habíamos estado iluminados –siempre hay consciencia- y no hay nada ni nadie separado de esa consciencia una en todo y todos, o sea, una consciencia universal.

Os aliento a que imprimáis este texto que, junto al dibujo que he incluido os acerquéis a un espejo del baño, del salón, o un pequeño espejo de mano también vale y hagáis las prueba por vosotros mismos y veáis que sois consciencia y cuando lo hayáis visto os daréis cuenta de que todo está incluido en esa consciencia y que todos tienen esa misma consciencia por lo que es universal, divina, ilimitada, inmortal, atemporal y que no depende de nuestro cerebro ni de nuestro cuerpo sino que el cerebro ,el cuerpo y todos los cuerpos, y todas las cosas, pensamientos, sensaciones, percepciones, emociones, aparecen en ella. La consciencia es el espacio consciente pero vacío para todo lo que se presenta en ella y no excluye ni se identifica con nada de lo que surge en su seno.

Haced el experimento y luego comentarnos que tal os ha ido, si tenéis dudas, si os cuesta verlo, si tal o cual cuestión que queráis compartir con todos los demás.

Gracias.


Luis Granados

lunes, 5 de agosto de 2013

Douglas Harding, un sabio de Occidente 8

¿Cómo franquear esta barrera? Con el sésamo del sí, la aceptación incondicional de lo que es, aquí y ahora. En su Antología de la no dualidad, Véronique Loiseleur ha mostrado hasta que punto este sí, aun siendo bastante mal conocido, reside en el núcleo mismo de toda espiritualidad. “Swamiji no ha conocido ninguna otra sadhana –práctica- que ser uno con”, comentó un día Prajnanpad, de hecho, constató que todos mis interlocutores en el marco del presente libro –Los nuevos sabios de Occidente- han insistido, de una manera u otra, en esta adhesión a lo real. Probablemente este elemento central sea habitualmente pasado por alto dada su sencillez intrínseca. Aspiramos tanto a lo sublime y a lo trascendente que obviamos distraídamente esta evidencia poco excitante para nuestra mente siempre hambrienta de sensaciones fuertes: ¿qué es lo real, la voluntad de Dios, el aquí y ahora, sino precisamente lo que vivimos en este preciso momento, aunque sean mediocres vicisitudes? ¿Y qué es lo irreal sino nuestro rechazo y nuestra convicción de que debería ser de otra manera? “No lo que debería ser sino lo que es”, repetía Prajnanpad. Para Douglas Harding “la apertura es nuestra entrega incondicional y siempre renovada a la voluntad de Dios tal y como se encuentra perfectamente revelada en las circunstancias de nuestra existencia. Nos entregamos a la voluntad de Dios tal y como se presenta claramente en nosotros y a nuestro alrededor, bajo la forma de todo lo que ocurre en este preciso momento. En cuanto Su voluntad se convierte en nuestra voluntad, percibimos Su mundo tal como es, y en cuanto percibimos Su mundo tal como es, nuestra voluntad se convierte en Su voluntad y acogemos de todo corazón todo lo que éste nos ofrece. Resumiendo, nuestra visión y nuestra voluntad se funden, no de una vez por todas, por supuesto, sino instante tras instante mientras dura nuestra vida”.

En su Antología, Véronique Loiseleur hacía una clara distinción entre la aceptación o adhesión y la resignación, actitud pasiva que no implica un sí del ser sino una capitulación vagamente amarga frente a la realidad que reconocemos más fuerte que nuestros deseos pero de la que seguimos opinando que debería ser otra. En cuanto a Douglas, también él insiste en la naturaleza positiva de este sí:

“Cuando se nos concede la gracia de decir ¡SÍ! a las circunstancias en las cuales nos encontramos, de consentir activamente en lugar de resignarnos pasivamente a todo lo que ocurre, entonces surge esta alegría real y duradera que la tradición oriental llama ananda”.

Todo muy tradicional, a fin de cuentas, en este camino sin cabeza del que D. E. Harding pretende ser el chantre. La originalidad está íntimamente relacionada con el que, por sí mismo, ha vuelto a encontrar la esencia de todos los caminos y ahora trata de transmitirla a partir de su propia experiencia, en la línea que es la suya, sin imitación alguna.


Gilles Farcet

jueves, 1 de agosto de 2013

Douglas Harding, un sabio de Occidente 7



Una práctica asidua de esta meditación lleva a lo que Douglas considera el estadio último del camino sin cabeza y que llama “the breakthrough”, la brecha. Alineado, una vez más, con todas las tradiciones, habla de esta apertura en términos de extinción, de muerte, de destrucción. Palabras contundentes para designar una experiencia radical… “No se trata de hacer sino de deshacer. Es un abandono, una renuncia a la falsa creencia según la cual habría alguien a abandonar”.

Más adelante, el autor evoca “el salto cuántico de la ficción del egocentrismo al hecho del cerocentrismo”. Y volvemos a encontrar aquí el discurso de los místicos que no se cansan de celebrar su propio aniquilamiento… Pero para alcanzar esta apertura hace falta atravesar una barrera, la cual, según Harding, “no es otra que el esfuerzo culminante de autodefensa realizada por nuestra voluntad propia o ego, su resistencia formidable pero desesperada frente a los incesantes ataques de los hechos en su carácter inevitable”.


Gilles Farcet