sábado, 27 de noviembre de 2010

Taller 1.3



Mi primer problema se relacionaba con el hecho de que yo había heredado de mi padre – más que de esta secta– algo de inmenso valor, que atesoraré hasta el final de mis días. Era la intuición, la sensación, la certeza de que el poder detrás del mundo es amor auto-dado. Mi querido padre vivió y murió con esta creencia. Él era muy estrecho y fanático, pero era un hombre querido que tenía esta profunda convicción. Yo sabía que mi padre estaba en lo cierto, pero no podía aceptar la teología o el modo de vida de la secta. A los veintiún años yo nunca había ido al teatro, nunca había ido al cine, y no me estaba permitido leer nada excepto la Biblia. Mi problema era, ¿cómo podía yo vivir a la luz de esta maravillosa idea de que, a pesar de las enormes apariencias de lo contrario, el amor está en el corazón del mundo, sin creer, como decía Alicia, seis cosas imposibles antes del desayuno? Ese era el problema número uno –un problema muy serio, pero un problema que ocultaba posibilidades–.

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