El segundo era un problema que, al mirarles, probablemente tengan muy pocos de los aquí presentes. Yo era horriblemente tímido. Estaba paralizado por la timidez. Cuando entraba en una habitación con extraños, sudaba y temblaba de miedo ante la imposibilidad de tratar con esa multitud de gente. Era increíblemente tímido –no de timidez grácil y vergonzosa sino de timidez agresiva, que es la más horrible de todas debido a que uno está furioso con la gente si no te miran y terriblemente molesto si te miran–. Es un callejón sin salida. Yo pensaba que era la persona más fea de la cristiandad. No lo era, pero pensaba que lo era. Mi nariz en particular, era absolutamente desagradable; sobresalía. Si la llevaba a una habitación, todo el mundo la miraba, y eso me molestaba terriblemente. Espero que ninguno de ustedes haya sido tocado por este mal tan severamente como yo. Era ridículo, pero ese era el caso. Ustedes notarán que me he recuperado de este segundo problema.
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